¿Qué quiere que haga... Que sonría, que baje los ojos...?
dando vueltas al día en varios mundos. creando realidades privadas, transformando realidades públicas.
miércoles, 28 de octubre de 2009
lunes, 26 de octubre de 2009
ne me quitte pas
Una noche lluviosa del invierno recién pasado, con mi amiga Sarah pasábamos por el Museo Nacional de Bellas Artes. Hablábamos de las decepciones amorosas rumbo al teatro a ver una obra sobre mujeres escrita por un hombre.
Me dijo que le gustaba ver películas de Disney cuando se sentía triste, o comedias románticas (gringas por excelencia). Daba igual: siempre había un príncipe azul.
Efectivamente la estructura de mi genéro placer culposo es así: dos personajes heterosexuales (generalmente) con rasgos de personalidad muy definidos y opuestos entre sí, se conocen, viven una aventura apresurada y rodeada de misterios individuales, luego se separan, sufren un momento de dolor vacilación desolación reflexión etc., hasta que finalmente uno más heroico, que habitualmente es el que era más cobarde, da su brazo a torcer, y se quedan juntos, felices, comiendo perdices, con todo lo que era motivo de conflicto como razón de humor.
Subo aquí una foto de una de mis principales musas, la libanesa Nadine Labaki, que en su papel como Layale, en la cinta que dirigió y protagonizó (Caramel), dibujó el perfil de una mujer hermosa, que en una sociedad por completo machista debió soportar el dolor de encontrar -o creer que encontraba más bien dicho- lo que debía proporcionar el príncipe azul en un horrible sapo. Como suele sucedernos.
Me dijo que le gustaba ver películas de Disney cuando se sentía triste, o comedias románticas (gringas por excelencia). Daba igual: siempre había un príncipe azul.
Efectivamente la estructura de mi genéro placer culposo es así: dos personajes heterosexuales (generalmente) con rasgos de personalidad muy definidos y opuestos entre sí, se conocen, viven una aventura apresurada y rodeada de misterios individuales, luego se separan, sufren un momento de dolor vacilación desolación reflexión etc., hasta que finalmente uno más heroico, que habitualmente es el que era más cobarde, da su brazo a torcer, y se quedan juntos, felices, comiendo perdices, con todo lo que era motivo de conflicto como razón de humor.
Subo aquí una foto de una de mis principales musas, la libanesa Nadine Labaki, que en su papel como Layale, en la cinta que dirigió y protagonizó (Caramel), dibujó el perfil de una mujer hermosa, que en una sociedad por completo machista debió soportar el dolor de encontrar -o creer que encontraba más bien dicho- lo que debía proporcionar el príncipe azul en un horrible sapo. Como suele sucedernos.
martes, 20 de octubre de 2009
siempre son peores los veinte de octubre que los once de julio
¿Te acuerdas de cuando me retabas porque me estresaba en básica tener que preparar mi mochila para el día siguiente?
¿O de cuando nos mojábamos en los regadores del Barrio Inglés haciendo hora para el reforzamiento de matemáticas y también me reclamabas allí que no pudiera soltar el termo del almuerzo ni para jugar a pasar el calor primaveral?
¿Y cuando me pedías disculpas, cuando nunca dejabas de pedirme disculpas, por haberte unido a las bandas de compañeras que se entretenían espiándome en los recreos a los diez años?
El de 2004 fue el último buen 20 de octubre.
Siempre desde entonces hay una sensación de vacío, de que ya no está la única persona con quien podía reírme sin importar que pensara qué, que me quería incondicionalmente, en forma natural, que era querida por todos sin distinciones absurdas que se aprenden con los años.
Quizás por eso fueron tan pocos tus años.
Ahora la que se disculpa soy yo. Desde el 12 de julio de 2005 que vivo pidiendo disculpas.
Hasta pronto, mi Nico.
domingo, 11 de octubre de 2009
sábado, 3 de octubre de 2009
soy palestina, y estoy orgullosa de serlo
Haciendo zapping hace algunas noches, como casi todas las noches, di con Persépolis, la película de la realizadora iraní que tanto nos gustó con Tanya cuando la vimos el año pasado. En ella se muestra la vida de su autora, una mujer valiente que debió resistir los duros embates de las guerras civiles y el exilio, radicándose finalmente en Francia, donde creó este largometraje de animación hace un par de años.
Reviví -por fortuna- esa escena que tanto me gusta en que ella, asustada ante la siniestra lente con que Occidente veía a los suyos, de adolescente se hace pasar en Austria por francesa, y ante el cargo de consciencia y las burlas del grupo, se rebela y grita que es iraní y que está orgullosa de serlo.
Soy especialmente sensible a esa parte de la película, creo, porque desde que nací la historia de los inmigrantes se ha visto reflejada en mi historia.
Es por eso que encabezo este texto con la foto del abuelo que nunca conocí, Jacoub Silhi Canahuati, quien está junto a su mujer, mi abuelita Toya, y a sus dos hijos: mi tía Leyla (quien cede el asiento a su muñeca) y mi papá, Jorge. Supongo que el tío Fares estaba ya por venir en camino. La foto fue tomada, imagino, en Cura Cautín, poco después de 1955, cuando mi abuelo llevaba sólo algunos años aquí, y no faltaban muchos para que muriera de un asma crónica con complicaciones cardíacas, lejos de Belén, su pueblo natal, de su madre y de su hermana Hilane.
Me emociona como a una tonta recordar la historia de estos abuelos. Por lo poco que sé, él era muy simpático y buena gente, vividor, irresponsable, alegre, enamorado de su mujer y de sus niños. Lo que queda de él en Chile son recuerdos que morirán lentamente con el correr de los años, pero que sin duda alguna habrán sido los mejores recuerdos que puede tenerse de alguien. ¡¿Qué más puede esperarse que haber hecho feliz a los de uno?!
Sin embargo, mi abuelo y los padres de mis otros abuelos, junto a millones de palestinos, no llegaron a Chile, a Honduras, a Jordania, a Líbano, a Francia, ni a ningún otro lado por casualidad. Llegaron por razones bien concretas y lo suficientemente macabras como para que se ericen los pelos: en su tierra vivían en la pobreza más absoluta y en el abismo de guerras y guerras, que casi nunca les correspondían, pero que siempre los tocaban.
Las personas tienen derecho a aspirar a algo diferente. No las hace egoístas ni inconscientes la falta de esperanzas o de confianza en las luchas de liberación nacional.
Palestina hoy no es la misma que aquella que dejó mi abuelo. Si se hubiera quedado, no sé si las cosas hubiesen sido distintas.
Me entristece pensarlo, pero seguramente donde nació él ahora hay un pedazo de muro kilométrico, y donde dio sus primeros pasos, puede que haya un check point israelí.
No quiero que me cuenten verdades absolutas ni que me demuestren lógicamente que tengo o no razones para sentirme así. Yo me siento así y punto. Tengo una rabia incontenible. Hay que ser bien hijo o hija de puta para deslegitimar las ideas y sensaciones de los otros aduciendo falta de experiencia o de conocimiento. Mentira. Cada uno es consciente de lo que es y de lo que ha vivido.
Yo veo que los palestinos hoy sufren una crisis humanitaria terrible, y no le creo a nadie que se las dé de caudillo y profite de una tragedia histórica pretextando una lucha que nadie sabe muy bien definir, nadie sabe muy bien de quién contra quién es, nadie sabe muy bien si está o no avalada en razones de justicia natural. Si hay desnutrición y bombas y tribunales familiares no hay cabeza para pensar en una estrategia política. Eso sólo lo hace el que está a salvo de la desnutrición y las bombas y los tribunales familiares. A no ser que sea una persona muy excepcional. Pero al Che lo asesinaron, a Salvador Allende y a Miguel Enríquez también. Y esta época no tiene pinta de fecundidad para cosechar héroes.
Sino que se parece más a un receso en que puedo quedarme pensando en que soy palestina y en que estoy orgullosa de serlo; en que sigo pensando en luchar y en que ese luchar no siempre es lo mismo: a veces fue el fusil, otras veces la palabra escrita...
Luchar es tener inevitablemente problemas con el poder, con lo que se creía prestablecido.
Luchar es recordar.
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