jueves, 15 de noviembre de 2007

Suicidio Presencial

Y era algo relacionado con una patria
a la que, de pronto, pude llamar mi patria.
Aunque siempre supe que no la hacía mía en una epopeya
o en cierto tipo de heroica resistencia.
Sino que la hacía mía escribiéndola y pensándola.
Desde Chile,
desde lejos.

A mí el concepto de patria,
para ser franca,
no me viene bien.
Creo que se dibuja grotesco ante mis pobres manos.
Inalcanzable.
Y el de nación ni pensarlo
ése tiene contornos y relleno de burgués
huele y sabe a explotación.

Entonces quizás debería hablar de mi pueblo.
Y lo he hecho
pero la gente no entendió bien;
lo hizo mártir cuando quise decir valiente;
lo hizo lágrima
mientras yo gritaba llama.

Pruebo con patria, entonces.
De no nación sino noción de tierra y población.
Población herida y fragmentada en este caso,
población que resiste:
población guerrillera.

Es algo así lo que sucede
lo que me permite sentir orgullo de la sangre palestina sin que la sangre sea el motivo ése de orgullo.
Y me permite sentir rabia
hasta desangrar el labio con la presión de los caninos
cuando veo y oigo
cómo el asesinato de mil y uno
ya no sólo es a manos del invasor
del ocupante, horripilante monstruo cual agua venenosa.
Sino que
es a manos de nuestros vecinos
y de nosotros mismos.
Como si ya no fuera el todo por la parte ni la parte por el todo.
Es decir,
sabíamos que sionismo significaba exterminio
que panarabismo era poder
pero no sabíamos: ¡es que no teníamos cómo presumir!
que hermano podía significar verdugo
que el término Nakba era polisémico
que el Jordán ya no era nuestro Jordán
que las aldeas nos pertenecían a medias
que la vida también nos tocaba a nosotros
que si ellos no eran los elegidos de Dios y las guerras tampoco eran santas,
menos aún nosotros éramos diferentes y únicos
menos aún teníamos tal complejidad que nos eximía de los otros pueblos y de las otras tierras
de las otras ambiciones.

Rezábamos y no venía nadie
acudíamos en acto de veneración y mientras tanto,
el suelo se hacía polvo bajo nuestros pies
llorábamos lágrimas y había rencor amargo en ellas.

No
el pueblo palestino tenía esperanzas
yo sé que sí
y sé también que su mayor certeza estaba en el espíritu común
que ya no existe
que fue corrupto como todo lo es
que no hay futuro para un nosotros
y
que, menos aún, hay culpables.

No mentiré
yo aún sueño con una tierra que no me perteneció nunca
y sueño con niños en esa tierra
que hondeen nuestras banderas
en nuestras mezquitas
y que alcen la voz y empuñen las armas
para defenderse del usurpador y hacer temblar al tirano.

Navego entre imágenes coránicas.
Poesías que se pierden entre los azahares y se esconden en el mar muerto.
Imagino padres y madres viviendo vidas de padres y madres.

Pero sólo sueño porque no pienso.
Sólo sueño porque estoy lejos
y soy ajena.


Es sólo que estaba dispuesta a luchar
pero ahora desconocemos los motivos.


Nadia Silhi Chahin.
Santiago, mayo de 2007.

1 comentario:

Oruga dijo...

No estás lejos y no eres ajena.

Me acordé cuando en primero una vez me contaste que cuando chica querías irte a vivir a Palestina aunque eso implicara sufrir lo que sufren.

Ahora estás lejos, y odio que no hayas podido también ir a Palestina. Tú lo mereces más que muchos.

Muchos cariños desde Chile amiga,

Fe.