jueves, 16 de octubre de 2008

Recuerdo

Recuerdo que desde que cumplí como 5 ó 7 años quise ser escritora. Todas mis sospechas de lo maravillosa que sería esa profesión resultaron confirmadas cuando vi Mi primer beso, esa triste película que nos mostraban en nuestros tiempos en que el pequeño Macauly muere a causa de picaduras de abeja y la protagonista, rubia y dulce, estalla en un arranque histérico atroz después de conocer la noticia, pero antes de eso, o sea durante casi toda la película, ella había hablado, repito, dulcemente de su anhelo de convertirse en una escritora con los años.
Por mi parte, aún no pierdo las esperanzas.
Entonces cuando pasamos a primero medio, yo con trece y la mayoría de mis compañeros un año más viejos, y nos tocó Castellano Instrumental (parece que así les decían a las horas con que nos rellenaron el jueves en la tarde tratando de hacerse los alternativos) con Mister Ricardo para mí fue maravilloso. Casi todas las cosas que se hablaban en la clase las relacionaba con escritores, sus obras y vidas. Nos hacía escribir mucho, distintos tipos de textos, y leer también. Parecía que nada le daba verguenza mientras se obrara con buenos sentimientos y eso mismo quería transmitirnos a nosotros. Me sentía muy querida en dicha clase y amaba ir. El problema radicaba en que mis amigas la encontraban fome, pensaban que el profe era cuático, que los jueves en la tarde se aprovechaban mejor en casa, echadas después de almorzar, con una buena serie yanqui frente a los ojos. Entonces, siempre que podían, se corrían. Hasta hoy, nunca me atreví a decirles que si hubiéramos tenido que permanecer en la clase hasta que se hiciera de noche, me hubiera quedado, radiante e inspirada, porque me sentía verdaderamente libre allí, pese a mis compañeros (tan tontos que los encontraba), con Mr. Ricardo y sus libros, sus historias, sus sentimientos de hombre bueno. Pero igual no iba si ellas faltaban, me daba miedo ser tildada de ñoña, mamona, nerd, y tantas otras cosas de las que hoy la vida me enseñó a jactarme con un fuerte dejo a ironía respecto de mí, sólo de mí. Si les preguntara hoy a mis amigas, apuesto a que algunas de ellas volverían a correrse. Quizás una se hubiera quedado conmigo y el calor en clases de nuestro profe. Para su ramo escribí mis primeros ensayos y descripciones. Recuerdo que me felicitó delante de la clase por Palestina, el primer ensayo. No sé dónde escondí la hoja después de puro emocionada que jamás la volví a encontrar, lo que lamentaré siempre, pero el hecho es que cuando tuve que leerlo delante de la clase, aunque nadie más lo estuviera, él y yo estábamos emocionados. Él, porque tenía esperanzas en mí. Yo, por lo mismo; pero más que nada por el contenido del paper que partía reflejando la angustia de un anciano refugiado de 1948; parafraseaba yo "un hombre sin patria, es un hombre sin dignidad; y nosotros preferimos nuestra dignidad a nuestras vidas".
Otro texto que nos hizo crear se llamaba Me gusta, No me gusta. La idea era de algún autor que enumeraba cosas en cada categoría. Debimos hacer lo propio, fue un gran ejercicio (los invito a intentarlo). Yo usé miles de verbos y recovecos linguísticos más que contenido. Hoy me propongo hacer un segundo intento. Acá vamos:

ME GUSTA, NO ME GUSTA

Me gusta:
Recorrer a pie la ciudad, sobre todo cuando es verano o primavera y el sol aún no ha salido ni se ha puesto completamente.
Comer con calma, con gusto, con gracia, con conversación, con compañía, con etapas, con todo.
Los libros viejos y nuevos, pero sobre todo los viejos cuando los encuentras o te encuentran de casualidad.
Oler las páginas de los libros. Sobre todo de los viejos. Me gusta oler todo en realidad.
Leer, leer, leer,... incansablemente. Tener entre las manos a mi Simone de Beauvoir, a mi Edward Said, a mi Gabriel Salazar.
Escribir.
La poesía. Especialmente si la escriben Roque Dalton, Mahmoud Darweesh, Nadia Prado, Vicente Huidobro, Pablo de Rocka.
Recitar las poemas que leo. Al menos leerlas en voz alta.
El café sólo cuando es del bueno. Seco, jamás ácido.
El té, siempre. Preparar el té, oler el té, beberlo. Solo.
Comer sin que haya cocinado yo (generalmente me va bien en esto).
Contar lo que veo, escucho, leo, escribo, vivo, hablo, contesto, me contestan, sueño, a mis amigos, conocidos, cercanos, y a mi mamá. (A los primeros, todo; a los otros tres grupos les cuelo un poquito).
Hablar, sobre todo en las noches. Hablar, hablar, hablar, hasta agotar.
El tabaco dulce y suave, aunque me haga pésimo.
Música. Imprescindible. Es lo único que no pienso ni cuestiono, al menos la mayoría del tiempo.
El cine, como lo que más. Sobre todo si no está hecho para la venta, si no está hecho por los americanos aunque hay buenas excepciones, si no está hecho en la época en que los actores actuaban de ellos mismos, si no cae en lugares comunes.
Teatro. Si lo mezclan con poesía, música y/o danza, me gusta igual.
Arte. Fotografía: mucho, me fijo en ella en las películas. La pintura igual principalmente cuando es de Frida, Matisse, Van Gogh, Renoir.
La época de los cuadros de Renoir. La arquitectura. El diseño, de los edificios por dentro y por fuera, de los trajes. No la mentalidad de la época. Aunque esto se contradiga con mi marxismo incipiente.
El comunismo en todas sus formas cuando es de verdad y se basa en la solidaridad, autogestión, autonomía, autodeterminación, humor, creatividad y originalidad.
La historia de los pueblos hecha por los pueblos mismos.
París.
El olor del campo, el aire del campo, el ruido del campo.
La risa de mi Tareq. El chiflido de mi madre. El olor a lluvia, tabaco, jabón y agua tibia de mi padre. La voz de mi abuelita Toya.
Las ideas de mi amiga Tanya, aunque suelan asustarme.
Mis amigos, los de verdad. (Ellos saben quiénes son. Yo también).
Los gitanos. Su música, y la árabe flamenca mora india griega---
Palestina y el anhelo persistente de liberación nacional.
La valentía. El coraje. La dignidad.
Los zapatos rojos.
Los días de otoño paseando con abrigo, botas y boina por un parque de alguna ciudad. Muerta de risa, por dentro.

No me gusta:
La indiferencia. La cobardía. Las mentiras. Los hombres que reúnen dichas características no valen nada, nada de nada.
La culpa. Las verdades absolutas. La dependencia. La misoginia. El machismo. El feminismo glorioso confundido con mujerismo.
El acohol después del segundo sorbo.
El humo del cigarro.
Los lugares en que se concentra lo anterior todo. Ambientémoslo. Generalmente es de noche y suena una canción poco feliz a volumen desgraciado.
El café por necesidad.
Viajar por tierra y leer a la vez.
Dormir menos ni más de entre ocho y nueve horas.
Despertar tarde.
El maní, la carne de cordero, el chocolate amargo, el picante en general.
Los deportes competitivos. Ninguna competencia me gusta mucho en verdad.
La mayoría de los perfumes masculinos.
El culto al físico; al escote, a la caluga.
Ser igual a todos los otros.
Ser tan alta y tan chilena a la vez.








3 comentarios:

Tanya dijo...

Te leo y te echo de menos y aunque se supone que debo estudiar mucho quiero verte, aunque sea un momento, verte y oirte hablar, que me cuentes lo que piensas y lo que recuerdas, siempre tanto más que yo.
De las clases de castellano instrumental recuerdo poco, el horario era poco afortunado, aunque el profesor fuese tan simpático y comprensivo como el que más. Quizás sólo tenga breves imágenes y sensaciones, algunas agradables, como cuando nos reíamos infantilmente de la "bufanda" del profe y planeábamos hacerle indirectas al respecto (con las otras chicas, probablemente tú lo respetabas demasiado pata eso); otras más bien desagradables, como cuando teníamos que disertar y yo diserté de los felinos y la Sandra se rió de mí por lo pendeja que era y yo me sentí tan mal que después ya ni quería disertar, pero Mr. Ricardo lo comprendió, o al menos respetó mi absurda elección, escuchándome como si le interesase.
En realidad el colegio para mí está lleno de recuerdos que son casi fotográficos, no tengo esa memoria continua que tú tienes, sino una fragmentaria, compuesta de retazos y unas cuantas invenciones que probablemente he ido intercalando para volver mi pasado más emocionante. Lo cierto es que no puedo dejar de extrañar y extrañarme de haber sido lo que fui, tan distinta y tan parecida a la vez, tan pesada algunas veces que me da culpa, tan idiota que me da vergüenza, pero tan contenta de haberte conocido a ti y a tantas personas que de una u otra manera me cambiaron la vida. No haré acá una lista de aquello que me gusta y me disgusta, ya que probablemente tú recuerdes de eso más que yo misma, así que sólo te diré que me encanta estar contigo, tenerte como amiga, aunque no seamos tan compatibles después de todo, quizás porque no lo somos, porque siempre podemos sorprendernos y reencantarnos.
Un abrazo, hermana mía, sigue recordando, que lo necesitamos.

Sabaha dijo...

Verdad!!! la bufanda!!! Sí, ahora me recuerdo. Resulta que nos reíamos porque era tan delgada, tan mínima, y siempre que hacía frío se la ponía, pero sólo se ponía la bufanda, nada más. O parece que nos reíamos porque se la ponía sólo en días de calor...
Lo de los felinos me suena, pero no me acuerdo mucho. Ni sé si diserté. Pero te gustaban mucho los gatos, la Sandra no debió reírse: los 14 ó 15 eran la época para gatos, no como yo que desde que nací y hasta hoy sigo hablando las mismas boludeces, y no creo que me calle hasta que muera.
¿Qué será de Mr. Ricardo?
Gracias por tus palabras, Tany. Sí, veámonos... tengo que contarte unas cosillas que te harán reír tanto como a mí... creo...

Oruga dijo...

Si hubiésemos ido al colegio juntas, seguro que te habría acompañado sagradamente a esa clase. Siempre me gustaron los talleres que a nadie le gustaban, como el del inglés o el de bauer.

Admito que mamomamente, como siempre, mis ojitos se pusieron llorosos con unas frases:
"Los libros viejos y nuevos, pero sobre todo los viejos cuando los encuentras o te encuentran de casualidad.
Oler las páginas de los libros. Sobre todo de los viejos. Me gusta oler todo en realidad".