lunes, 20 de diciembre de 2010

"Y en la cumbre del sendero alpino, grabar el humilde nombre de una mujer" (L.M.Montgomery)

Hace poco, leyendo a una feminista nacional, encontré una observación que me pareció muy inteligente. Ella sostenía que históricamente se ha aceptado la idea de que las mujeres artistas, específicamente las escritoras, son desadaptadas, locas, desequilibradas, histéricas o depresivas.
Aludiendo a la clásica obra de Mrs. Woolf, Un cuarto propio, entonces razonablemente pueden hacerse los enlaces para entender el porqué nos preguntamos esto y dilucidar que la cuestión no es tal, no es así como mansamente la aceptamos y compartimos asintiendo con la cabeza, hojeando los libros donde han desfilado las firmas masculinas, provengan del pueblo, de la religión, de la clase social, o del temperamento que sea. Y mientras tanto, la escasa -pero creciente, aunque esto no debilita mi argumento- producción literaria femenina, es entendida como el resultado de contextos de vida terribles, que nadie se querría, y se ve a la escritura como la única válvula de escape. Trampa machista. Ergo: si la pobre niña no fue agraciada, si la adolescente no fue cortejada, si la joven no fue pedida en matrimonio, si la mujer no fue madre -y de las devotas-, entonces no le queda otro camino para desahogar la amargura que la pluma, y verter así su resentimiento social. Entonces vemos fotografías de caras del pasado, bellas, ojerosas, flacas, gordas, viejas, jóvenes, con expresión de drama...
¿Pero por qué no mejor pensar en Virginia, en las posibilidades escasas de las mujeres para dedicarse al constante oficio de escribir, al desarrollo del talento -talento que ya se ve frustrado desde que es incentivada ya en la primera infancia y para siempre a las labores propias del género, consideradas socialmente hasta hoy como "menores"-, al poco tiempo y energías que quedan para sentarse a hilar frases sueltas tras un arduo día de trabajo en la casa o no sólo dentro de ella sino también fuera? ¿No será acaso que es absolutamente difícil y hasta imposible encargarse de todo, como quiere la sociedad que nos encarguemos, así, supercapaces, en la cocina, en el trabajo, en las relaciones sociales, en la cama, etc.?
Y quizás, quizás al escapar de ese mandato social, al que estamos naturalmente destinadas, y concentrarnos en una tarea que estaba normalmente reservada a los hombres, al verdadero arte, a la revolución y al amor, éstos sientan cómo su espacio peligra, y ya nadie quiera ser el novio o el marido de la mujer que se atreve a vivir como si hubiera opciones, como si se pudiera errar. Y la mujer sin un hombre en el espacio machista es amargada, histérica, loca, depresiva, etc. Es la mujer que no aspira a convertirse en madre como culminación de la vida.

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