Pensando. Pensando en cómo funcionan las cosas. En cómo funcionan las personas. Me ensombrecí pensando. Cerré la boca y ya estaba, me dediqué a pensar. Toda yo hecha una maraña de expectativas frustradas. Rota en el piso, lista para ser trapeada y arrojada a la basura. Pensando, pensando entre las calles favoritas, en café con leche, en gestos perdidos entre la multitud, en rabia no reconocida, en los paraqués, en las cartas que siempre esperé recibir y nunca fueron, en Huidobro y en Tellier, en mi pobre país.
Pensando se me anudó el pecho, se me olvidó lo correcto, lo que yo creía correcto, lo que me enseñaron a ver correcto, lo que parecía ser el único camino que conducía al bien, al único bien, a lo que supuestamente era el bien.
Pensando fue que garabateé sobre mil cuadernos y llené páginas de páginas y confundí siempre sensibilidad con miedo, miedo con insolencia: rebelión para los otros, no para mí. Como si la dialéctica entre el colectivo y el individuo no fuera eso, una dialéctica, unos conceptos tomados de la mano, confusos, indistintos la mayoría del tiempo.
Pensando, pensando en qué realidad es mi realidad, en qué realidad me sitúo, en qué realidad soy capaz de situarme. Pensando, pensando en las respuestas, pagando por las respuestas. En vano, inútilmente.
Pensando con forma de ovillo. Pensando desnuda. Pensando despierta y dormida. Pensando muerta de frío, con las extremidades muertas.
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