sábado, 28 de mayo de 2011

CRECER


No más lágrimas de cocodrilo ni cara de cordero degollado ni mirada de perro vago.
Se acabaron las dinámicas de victimización constante, las dialécticas del sufrimiento, los arquetipos chantas, los estereotipos manoseados, los silogismos reiterativos, las argucias olorosas a leche quemada.
Anuncio el fin de las actuaciones baratas, de las performances rascas, de los sentimentalismos raídos, de las comidas con sabor a la nada, de los clichés, del vacío, del nervio que hace doler la guata, del vino rancio, de las poses (sí, sobre todo de las poses).
Hasta nunca plagios y copias, explicaciones burdas, justificaciones que no pegan ni juntan, monólogos del olvido, amistades sujetas a modalidad, compraventa de discursos nice.
Adiós promesas de eternidad acomodaticias, interesadas, trepadoras, inconscientes e inconsistentes.
No más halagos, adulaciones, maquillajes, medias tintas.

domingo, 8 de mayo de 2011

corazón que se rompe


Ese nerviosismo, esa dolor de estómago permanente, esa jaqueca, ese vaivén insólito al caminar, esas palabras repitiéndose constantemente en la mente y bulliciosamente en los labios, esa manía por inquietarse con lo que a nadie más importa, ese silencio triste, esas manos torpes, esa cabeza que vuela y se golpea sin sentir dolor sino hasta cuando el dolor es demasiado fuerte, esa ebriedad natural.
Estoy sentada y a mi alrededor revolotean cientos de pájaros. Tengo una herida en el cuello, otra en la sien, una tercera en el pecho, una cuarta y otra quinta en cada rodilla, pero no las siento. No puedo sentir nada real, nada objetivo, nada que a cualquier otro vaya a importarle. Sólo me siento a mí misma, cómo se acelera, cómo se detiene el corazón, que zumba, ruge y late nuevamente en forma estremecedora, mareándome, confundiéndome, desmayándome, botándome. Dejándome tirada y sola en el piso. No puedo pensar con claridad: tengo pájaros en la cabeza y soy un corazón.
A veces me echaba sobre brazos ajenos, nunca supe para qué. No había consuelo ni comodidad, mucho menos contención. Estaba desesperada y necesitaba perderme entre los otros, entre los que nunca eran quienes yo quería que fueran. Andaba sola durante horas por las calles, con las manos y los dedos de los pies entumecidos, con la piel seca y las ropas húmedas, de negro entre los grises y rojos, verdes, amarillos y cafés otoñales, preguntándome qué pasaría, cómo acabaría todo, cómo acabaría yo misma, con mi angustia y mi corazón roto. Muerta de pena. Acechada por fantasmas que me hacían renguear entre los muros estrechos que transitaba en el día a día.
Y no hay finales, que aunque siempre sean tristes aunque se les considere felices, nunca realmente son finales, los eternamente tramposos. Los asesinos del amor y de las memorias.

martes, 3 de mayo de 2011

que el olvido estaba lleno de memoria, decía el poeta

Primero, primero te extrañaba. Te echaba en falta. Recordaba nuestra vida juntos como algo tan real que no podría sino volver, siguiendo el curso natural de los acontecimientos. Era un lenguaje, una dinámica, unas memorias, ciertos temas y opiniones, pequeños desacuerdos, chantajes, llantos, todo lo que es una vida juntos, aunque no hubieran alcanzado a ser años, pero no importaba. Había cierta ligereza, que sólo pueden dar la cotidianidad, el compartir la rutina, con la que te evocaba. Como si fuéramos a volver a tener algún tipo de relación, no la de antes, no podía tolerar más esa dependencia, esa indisolubilidad con que te aferrabas a mí, con la que demandabas mi constancia, la misma que yo te había ofrecido y que posteriormente, sin poderlo entender, no podía darte. Hoy lo veo, yo era una niña (y tú también). No puedes pedirle a una niña que cuide de algo más que como niña. Sufrí, aullé como animal herido cuando nos despedimos, pero yo sabía que no sería para siempre, detesto los parasiempre desdesiempre, entonces seguía evocándote en esa primera etapa de la que hablo, inconsciente, mientras me hacía una nueva rutina, veía nueva gente, hablaba nuevos temas, probaba otras rutas, me defendía, me defendía de fantasmas que me susurraban lo indecible.
Luego vino la revelación. Y te odié. Te odié y hablé pestes de ti a todo quien quiso escuchar. Despecho, resentimiento, odio, qué va. El tiempo transcurría lento, y sigue haciéndolo, conspirando. Yo te echaba de menos y tú no a mí. Pero yo no estaba dispuesta a tener lo que querías tener y no podía ofrecer otra cosa, tú tampoco. Entonces no valía la pena seguir con eso en mente: sólo un error en mi vida, una pequeña mancha en el expediente intachable, una equivocación pasajera, que sería perdonada, y yo no sabía entonces, pero lo podía presagiar: fui perdonada con efecto retroactivo, por acciones y omisiones, totalmente saneada, vueltas las cosas a su estado original, vírgenes otra vez.
Con los años, hablar de ti dejó de ser entretenido, y fuiste relegado al olvido social, a la muerte colectiva, a un pasado lejano. Pero yo no podía evitar compararte con los otros, verte en las películas que vimos juntos, recordarte al tomar alguna decisión de la que alguna vez habíamos conversado como eventualidad. Sin ti, pero contra ti.
Y tuve que poner oído a las señales para entender, para entender que fuiste importante, fundamental en cierta etapa de mi vida, y que si no hubiera sido por ti, por lo que éramos juntos, yo hoy no sería la misma, para bien o para mal. Todas las canciones que oí estos años como sedante, todo ese efecto terapéutico con voz femenina, toda esa sed de lucha con pluma feminista, todo, todo, hoy es también parte de mí. Te culpé, te maldije. Cobarde, me repetía, cobarde. Y sí, lo eras. Nunca me concediste el permiso para pensarlo, las niñas creemos necesitar licencia para todo, siempre te hacías el fuerte, entonces era una liberación dejarte, apartarte físicamente, y creerlo, creer y divulgar tu cobardía. Y lo creo hasta hoy. Pero no se lo adjudico a tu porquería, se lo adjudico a tu fragilidad, a tu vulnerabilidad. Hubo momentos intensos en que fuimos enormemente felices juntos, como los que más, no lo puedo menos que reconocer, pero hubo otros, en que me aburrías normalmente de distintas maneras. Hoy rescato todo los que nos unió, lo conservo con alegría, te veo como eras; hoy no sé si estás vivo muerto, casado/soltero/viudo/divorciado/judicialmente separado/o sólo de hecho, no sé si tienes o no hijos, propios o ajenos, si estudias o trabajas o ambas, cuántas cucharadas de azúcar le pones al té: no sé nada, salvo que dejé de quererte y hoy por fin puedo perdonarte. Puedo entender, y recordarte como recuerdo a tantos y tantas otras, y mucho más incluso, con quienes he compartido en esta vida, de casualidad. Con cariño, con cariño para no olvidar, y así relegarte a lo que te corresponde: la memoria.