Todo el tiempo es igual en el tribunal. El antes, el durante y el después de la audiencia. Da lo mismo el carácter, la edad, la clase social o el nivel educacional de cada mujer. Siempre es lo mismo. Siempre les tiemblan las manos. Siempre están presionando los dedos, los dedos entre sí, los dedos contra algún santito. Las traicionan los párpados, los labios. Se quiebra la voz cuando los jueces preguntan. No saben qué se les está preguntando, no saben qué es importante decir, qué no. Se habla tan solo, espontáneamente. Se habla tan solo de la crudeza del cotidiano. No calculan cómo se valora eso en contraste con la ley. Sólo cuentan del hambre, del hombre, del hijo. Entre los temblores olvidan los golpes, los maraca, los guatona, los culiá, los putademierda, conchatumadre, malamadremalamujer, no servís pa nah, no servís en la cama.
Como si al hacerlos obvios desaparecieran.
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