lunes, 29 de junio de 2009

a la hija de puta que tantas veces fui

Afuera llueve. Adentro también.
Se ahogan unas lágrimas en gargantas desdichadas que no pudieron llegar a conocer lo que tanto anhelaban mientras se triza el hastío insoslayable y el silencio es cada vez más insoportable lejos del sol.
Hace muchas lunas que le temen tanto a soñar que duermen con la escopeta debajo de la cabecera y no dejan nada desnudo: ni los pies ni las cerraduras ni los cristales helados de las ventanas.
Es un invierno lacerante y el frío ahuyenta toda posibilidad de imaginar algo diferente, así que los recuerdos cálidos de dichas pasadas van diluyéndose en el óxido de los armarios, en las carpetas dentro de las carpetas de los windows del mundo, en el calcetín roto del que no podemos desprendernos.
Se llora en silencio por la ilusión traicionada, los corazones rotos, las llamadas inconclusas, las miradas mentirosas, las huellas borradas.
Se ven lejanos los pavimentos hechos charco y se prende el televisor con la esperanza de encontrar alguna respuesta a la inquietud delirante acerca de cómo logramos dejar el lecho.
Hace muchos años que no hay un dulce que sepa bien, una canción que den ganas de cantar en la ducha, un poema para recitar mientras aplanamos las calles, una posibilidad para salir de aquí.
Hace muchos besos que no hay un verso entrampado en alguno de ellos.
Se quiere obviar la intuición paranoica de los relieves que nos aguardan, de las otras geografías con que nos llenaron volátilmente la cabeza cuando niños.
Y yo me pregunto, yo me pregunto de qué paisajes me hablan si cada vez que nos pasa algo un poco bueno e increíblemente difícil es tan fácil y expedito y automático dar marcha atrás y mucho más atrás.
Porque hace cuántos versos que no hay un beso entrampado en alguno de ellos.
Con qué pleitesía bancarse este aburrimiento inmisericorde, con qué entereza sobrevivir a los bostezos del metro, con qué voluntad hacer nuestra propia voluntad, con qué prestancia comer lo que nos da tanto placer, con qué placer se pueden buscar los placeres, con cuántas ganas hay que contar para ser ejemplar, qué se necesita para la felicidad además de visa mastercard.
La nada.
Un vacío tormentoso. Alivio al fin y al cabo. La posibilidad no barajada del suicidio pero la posibilidad al fn y al cabo.
Somnolencia ante la muerte que nos quita a los que amamos y que jamás debieron partir en forma prematura. Eran ellos los que tenían que llorarnos a nosotros.
Afuera llueve. Adentro también.
Hay un grito bullando por escapar de mis poros y convertirme en una loca de mierda que huye despavorida de sí misma.
Hay cierta contención social que suena muy despacito como canción de cuna debajo de las frazadas remetidas en el catre de acero del año uno.
No hay nada más que perder. Sólo en ese punto puedes sentirte orgulloso decía el Che.
No es rebelde quien nada arriesga. Enfrentar no es combatir.
Afuera llueve y se forman pozas en que chapotean los niños en sus botitas de goma mientras más allá hay casas que se las lleva el río. Cuando suena el río es porque casas trae.
Cuando miramos al espejo es porque queremos soñar la ilusión de que nos devuelva algún reflejo diferente.
Cuando trizamos los espejos para desafiar al silencio y nos llenamos los puños de sangre es porque tenemos miedo a las luchas grandes.
Y sólo vivimos para no morir en la cobardía próspera de quien sabe que la letanía de guitarras gitanas es sólo una brisa en medio de la melancolía generalizada de la postmodernidad.

"wear the old coat, buy the new book"

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