lunes, 6 de abril de 2009

Aniversario

Hoy se cumple un año desde que el primer grupo de refugiados palestinos llegara a nuestro pequeño país. Provenientes del campamento de Al Tanf, o más bien de ese espacio de desierto que pretendieron hacer habitable cuando los norteamericanos derrocaron el régimen de Hussein y por ende debieron huir de Iraq con la intención de entrar a Siria, territorio en el que tampoco había cabida para ellos bajo el pretexto de que tenían "derecho a retornar a su patria palestina", este grupo de más o menos treinta personas, que con el subsiguiente arribo de los otros dos grupos conformarían prácticamente cien en Chile, más todos los que permanecieron allá en la mitad de la nada, debieron aferrarse a la esperanza y recrear su vida en carpas, literalmente a medio camino. Y aunque el Derecho Internacional de los Derechos Humanos en sus tres vertientes les reconozca el derecho a vivir dignamente bajo la protección de algún Estado, bien poco importaba aquello a los gobernantes de todos lados y a los medios de comunicación de la era global. Tuvo que ser el trabajo de anónimos activistas el que pudiera gestionar la opción para al menos algunas de estas personas.
La idea de olvidar todo para volver a comenzar.
Lejos y pobres. Aclamados, vitoreados, comentados, estudiados, fotografiados, temerosos, hambrientos, cansados y sucios llegaron a Chile. Ahí estábamos nosotros, muertos de calor, curiosos bien intencionados. Y también estaban las autoridades de Gobierno y de muchas otras instituciones muy importantes que dieron discursos de acuerdo a su noble rango e investidura.

Ha pasado ya un año desde que el primer grupo de refugiados palestinos llegó a Calera. Muchos se olvidaron ya de ellos. Hace tiempo que no reciben la cobertura mediática que nunca quisieron pero que tan generosa fue con ellos cuando ya los poderosos habían acordado los detalles de traslado y estadía para lo que iba a ser toda la vida.
La maravilla no fue nunca tanta.
Sin suerte, con un estatus jurídico que no es como el de la mayoría de nosotros, es muy fácil sentir que no se pertenece a ningún sitio y que la identidad es algo inmutable a lo que aferrarse muerto de miedo.
Con suerte, puedes mirar, aprender, trabajar, asimilarte. Recibir el cariño desinteresado de buenas personas y esperar que tus hijos sean profesionales.
Para volver a Iraq. La tierra que quedó hecha nube, polvo, llama y dinamita en sus recuerdos. Porque su paso por Iraq no es nada aunque lo consideren su casa.
Porque morir lejos de Iraq es tan desalentador que no merece la pena hablar el lenguaje de los chilenos.
Porque las promesas se han desvanecido, y hoy nuestra gente está sola, como están siempre solos los inmigrantes y los refugiados, luchando porque no los abandone la memoria. Esa porfiada memoria algo olvidadiza que sin embargo, paradojalmente, es casi la única razón para seguir.

2 comentarios:

Nita Mussa dijo...

Qué lindo que escribas sobre ellos y que triste que todo lo que dices sea verdad.
Es curioso, porque hoy entrego mi fondar y he estado desde hace días sólo hablando de este tema y entré aquí para despejar mi mente por 5 minutos y me encuentro con el mismo tema!
Más que ánimo, siento esperanza, esa que estaba necesitando para terminar las últimas líneas de mi proyecto el que, espero, verá pronto la luz.

Tanya dijo...

Qué triste todo eso. Me recuerda a la canción "Guacamaya" de Joselo que te mostré el otro día... tú no perteneces ni de aquí ni allá...