jueves, 17 de junio de 2010

ésta me gusta mucho

Monólogo: “The Poet Acts”(Santiago. Primavera de 2005)

-Esta obra, no suelo dedicarlas, pero quiero manifestar mi cariño de algún modo, está dedicada a Luciano, hijo del periodista José Carrasco, asesinado por la dictadura militar del ´73, quien se lanzó hace pocos años a la línea del tren. Yo creo que encontró a su padre, encontró la vida. Por eso se la dedico…-


Me lo desaparecieron. A mi papá le rodearon sus muñecas de malabarista con hierro frío para llevarlo a un sitio donde le perforarían a balazos las espaldas donde solía sentarme para ver las barricadas… Cada vez, es curioso, que enciendo un cigarrillo, siento su voz dentro mío diciendo algún consejo sabio. Siempre los estaba dando. Y eso que era joven… cuando la tiranía me lo arrebató, digo.
Yo amaba a mi padre. Ya sé que la vida sólo me lo permitió por cinco años, pero lo amaba. Lo amo. Era nuestro compañero, mío y de mi hermana. Que de madre nunca supo ninguno de los tres. Su muerte fue un incesante pasear por casas de compañeros y compañeras, que, sin embargo, no lo eran tanto… Yo amaba a mi padre. Pablo de Rokca amaba a su hijo. Años después de vivir su suicidio, tomó la misma pistola y se destapó los sesos. Ariel Sharon no sé si amaba al de él, pero lo cierto es que el joven le sacó un día su pistola de General y también se destapó los sesos.
Yo no, nada de eso. A mí me mataron a mi papá. Me lo mató la dictadura de Pinochet cuando le faltaba poco para terminar..., de 17 años le habrán faltado, qué sé yo, ¿17 meses?. Y aunque a mi papá le hallamos encontrado su cuerpo, está desaparecido igual.
Todavía recuerdos de recuerdos, que he ido hilando calladita y han sido toda mi vida. Sueños de regresos… la decepción de estar sola.


Yo todavía siento tus pestañas en mi vientre.
Yo todavía creo que estoy embarazada y que cuando sangro son sólo re abortos.
Yo todavía me obsesiono con la mujer que debió existir dentro mío y nunca estuvo, para gritarme, para gritarme que no me hacías bien y abrazarme con calor para no correr bajo la tormenta hacia tus abrazos de fuerza.
Todavía me elevan tus poemas y enseñanzas, sorprendiéndome por detrás.
Todavía reconstituyo los últimos signos de tu revolución.
Y pienso en mi padre. Y en ti. Y en mi padre.
Vidas que no tuve. Que me arrebataron el destino y tú mismo. Para hacerme vivir como pidiendo entre permiso y perdón, perdón y permiso…
Podrías haberme sanado. ¿Lo sabes, verdad?. Tenías más poder sobre mí que todo y que nada, y podrías haberme cobijado las manitas alrededor de tu cuello, para cuidar de mi vulnerabilidad, y aprender a confiar, en no sé, ¿hacerse hermano de la vida?. Pero nada. Me dejaste a la deriva para aprender alguna lección. Otra más.



Me cansaron las lecciones y ser una escritora cuya escritura se entremezcla con el café que tiene que servir en un empleo déspota para poder andar en micro mientras otros leen libros volando a los sitios donde debieran vivirse esos libros.
Por todo esto te lloro e indago por ti en cada acera y en todas las borras de todos los cafés, y en las memorias de todo el mundo.
Por todo esto quito de mi cabeza la idea del suicidio, me hace sentir viva… bah, muerta en vida. Hay momentos en que pido por ti y vienes. Hay en momentos en que pido a las pesadillas y vienen. Hay momentos en que siento a mi padre y lo veo, pero sin hacerle cariño. Hay otros tantos en que contemplo a mi hermana y en lo que se convirtió y caigo… pero eso es otra historia.
Trabajar.
La pasión del tacto y del amor, pero, ¿entregarse a nobles ideales? ¿no será entregarse a latos homenajes y a engrosar la maldita estadística mientras no llegue la “democracia”?
¿Entregarse a nobles ideales no será sólo otra ocupación?
¿Una vez más impedida de pensar?
¿Una voz más impedida de expresión?
Fauces de capitalismo rabioso y la ilegitimidad de la revolución.
Todo viene y va, con su momento.
Pero yo no. Yo estoy sola, sola, sola, de espaldas contra el mundo y si caigo, bajo, bajo, muy bajo, llego a tus brazos, querido. Si estás en algún sitio, ése es el abismo.
Si me disocio, en cambio, hasta completar la dignidad, conservo a mi padre, porque yo tuve el padre, o, al menos, el recuerdo de uno. Y no me enseñó nadie que había que amarlo, como tampoco que en esta vida uno tiene la obligación y la necesidad de pensar.
Yo… yo, tan pequeña.
Yo evocando las risas y tanta ilusión que derroché en las avenidas de esclavos que pudieron tomarla por un segundo hasta que ya desapareció para todos.



Quiero vernos.
Tomar la fotografía de la tragedia hoy mismo, para darle tiempo. Tiempo. De quedar descolorida.



1 comentario:

Tanya dijo...

También me gusta mucho. Y me da pena, rabia e impotencia... emociones que la gente rechaza porque creen que sólo hacen daño. Nosotras sabemos que también movilizan. Al igual que nuestras palabras, son acción al momento de sentirlas...